Antes de verla,
obviamente la presiento. Antes de tocar tierra firme, me doy cuenta de la clase
de monstruo-alebrije que es. No la recordaba así, tal vez la recordaba
diferente. O tal vez será que es diferente cada vez que se le ve, que se le
mira, que se esta o vive en ella.
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La miro de Reojo, de
soslayo, mientras el capitán del vuelo, nos dice: ¡ATENCION!, SEÑORES PASAJEROS, SE HA
REGISTRADO UNA REPLICA DEL TEMBLOR, POR TANTO NO PODEMOS ATERRIZAR, ESTAREMOS
SOBREVOLANDO LA CD DE MEXICO POR 15 MINUTOS MÁS, HASTA QUE TODO SE TRANQUILICE,
LES ROGAMOS GUARDAR LA CALMA, evidentemente al terminar su breve mensaje me
llevo las manos a la cara, esperando lo peor; observo a todos, y todos se miran
entre sí, incapaces de decir algo.
El avión sobrevuela
la Ciudad de México. Pasan 15 minutos o tal vez 20, y a mi me parecen una eternidad. Mientras tanto, veo por la ventanilla que hay un círculo de
aviones, esperando aterrizar, “tráfico aéreo”-pienso-. Mientras observo con atención, cada punto de
la ciudad, trato con desesperación de reconocer los edificios más importantes,
(de los que hablamos tantas veces en la Universidad), veo a lo lejos el Palacio
de los deportes, las torres de Satélite,
Bellas Artes….y muchos lagos a las afueras de la ciudad,(quiero suponer
que alguno de ellos era Valle de Bravo) por primera vez recorro de cabo a rabo, la ciudad. ¡Coño! Que grande
es.
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Después de las risas,
nerviosas, y el ir y venir de las azafatas. Nos anuncian, con voz victoriosa,
que al fin podremos aterrizar: HEMOS LLEGADO AL AEROPUERTO INTERNACIONAL BENITO
JUAREZ.
Bajo inusualmente
agitado, esperando lo peor. Pero afortunadamente, es solo una replica más, después del temblor de
7 ° Richter, la ciudad aún me espera en pie.
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La primera impresión,
he dicho siempre es la que más perdura en la memoria. Y la que yo tengo acá
siempre que vengo, es el ritmo, que la ciudad te imprime: rápido-rápido-rápido.
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Aquí, para la gente de tierra caliente como yo,
siempre hace frío. A pesar de ser primavera.
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Visita presurosa, me instalo e inmediatamente
empieza mi primer día aquí. Como en un tianguis, en una de las colonias más
populosas de la capital. Pruebo por primera vez unos tlacoyos (que son una
especie de tortilla de maíz, alargada y larga, cubierta de lo que uno se le
antoje). Y enseguida me veo inmerso en esa
multitud, que grita, llora, canta, vende, al unísono. Un mar de gente.
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Trato de recorrer lo
más que puedo, pero 5 días, para una ciudad tan inverosímilmente grande, es insuficiente. Se necesitarían
algunos meses para recorrer lo más importante.
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Es un monstruo de mil
cabezas: una hidra. Es una ciudad tan compleja, que se siente amor y odio, al
mismo tiempo. No podría solo amársele, ni tampoco solo sentir odio.
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La ciudad es un
monstruo, un animal indómito. Me ocupo una vez más en conocer, sus entrañas:
subterráneas, oscuras, multitudinarias, presurosas. Y me detengo a pensar frente a una
publicidad, donde se lee, que el metro del DF, es el tercer metro más grande
del mundo. No quiero imaginarme la dimensión del Metro de Moscú (que es el más
gente transporta).
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Tengo un buen guía
amigo conmigo. Quien se sabe todos los caminos (o eso me hace creer), para
llegar casi a cualquier punto, sabe algunos trucos para no subir todas las
escaleras de metro, así que bajo su consejo, nos saltamos de vagón en vagón.
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Soy un huésped de una familia muy generosa,
quien con recelo nos advierte cada uno de los peligros de esta gran urbe.
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Aun así, salgo de
noche, con amigos. Una cantina, un par de cervezas indio, y un par de antros
también.
Y confieso que me
gusta más el centro, o los centros de esta ciudad. Y pienso que la mayoría de
las ciudades que conozco se parecen entre sí. En el centro, de una ciudad, uno
puede conocer la verdadera esencia y origen de la misma.
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Me gusta también
Xochimilco. Las trajineras con nombres de mujer. Los mariachis, y del Sur: La marimba. Para mí, que soy primerizo
en las trajineras, es todo un festín de colores, sonidos y sabores.
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Me gusta la posibilidad de tener muchas cosas,
tan cercanas y disímbolas entre sí mismas. Me gusta, el corazón de izquierda de
la ciudad.
La ciudad misma, te
impulsa. Te sorprende constantemente y eso es lo que más me gusta. Pero por
otra parte, como bien dije, y sostengo: es un monstruo de mil cabezas, que todo
lo devora.